lunes, 18 de febrero de 2013

Oblivión.(Creepypasta)

Sus ojos se abrieron de repente. La grisácea claridad de una luz que parecía venir de todas partes hirió sus pupilas. ¿Cuánto tiempo llevaba dormido? No lo sabía con certeza. Su cabeza daba vueltas y sentía los miembros entumidos. ¡Dios, que frío tan horrendo le invadía! Se incorporó, lentamente, y miró, confundido, la habitación en la que se encontraba. ¿No era ese su cuarto de siempre, su lugar seguro? No, no sabía bien cómo, o por qué, pero las cosas se veían… diferentes.

Caminó, lentamente, hacia la puerta. ¡La puerta! ¿Dónde estaba la puerta? El muro desnudo parecía burlarse de su desconcierto. En su lugar, estaba un espejo. El mismo espejo que le vigilaba al dormir. “No te mires”, pensó. “Hagas lo que hagas, ¡no te mires!”.

Casi inmediatamente, se rió nerviosamente de su temor. ¿Por qué no habría de verse en el espejo?, ¿a qué podría temerle? Era sólo su reflejo… ¿O no? Y, sin embargo, no lograba reunir el valor de hacerlo. De alguna manera sentía que no le iba a gustar lo que vería. ¡Todo era tan diferente! Todo lo que lo rodeaba era extraño, como si, por un segundo, casi no pudiera reconocer su propia casa. El hogar que tanto amaba.

Intentó vanamente frotar sus manos para mitigar el frío terrible que le invadía.

“Quizá…”, calculó, mientras se acercaba con pasos vacilantes hacia el gran espejo ovalado que semejaba las fauces de alguna bestia descomunal… “¡NO!”, se escuchó gritarse a sí mismo.

El sonido feroz, casi gutural de su propia voz lo sobresaltó, segundos antes de escuchar el estruendo. ¿Qué había sido eso? Sintió como lentamente el terror profundo a lo desconocido lo invadía en oleadas frías, paralizándolo. ¡Ahí estaba de nuevo! Rumores, ruidos indeterminados se escuchaban por doquier, semejantes a arañazos detrás de las paredes, o al martilleo incesante de un centenar de dedos acechándolo a través de las ventanas…

Por el rabillo del ojo creía ver rostros, difuminados, en movimientos sinuosos; criaturas aformes que se aproximaban hacia él con grandes muecas, sonrisas vacías que lo llenaban de espanto. Sentía manos que rozaban su espalda erizando sus cabellos. Le parecía escuchar la respiración pesada de alguien, o algo que lo espiaba. Así había sido por demasiado tiempo. Más del que podía recordar.

¡Y ese maldito frío!

Cerró los ojos, apretó los dientes e intentó distraerse, cubrió sus oídos con las manos y comenzó a hablarse a sí mismo en voz alta, tratando de recuperar la calma. ¡Había funcionado! Las imágenes aterradoras se habían marchado. No había más ruido que el sonido temeroso de sus propios pasos, avanzando, trastabillando por el pasillo. Sin apenas saber cómo, había logrado salir de su habitación.

Aquí afuera el frío había menguado, haciéndose más sutil; pero el brillo mortecino de la luz que se colaba suavemente por debajo de las puertas y a través de las rendijas formaba sombras y siluetas en las paredes que hacían que un sudor helado y viscoso le empapara la frente y el cuello.

Tuvo la sensación de que no estaba solo.

Una repentina corriente de aire agitó con violencia las cortinas llamando su atención hacía el ala de la casa que se hundía más en la penumbra. Un extraño resplandor provenía de aquel rincón. Se acercó conteniendo el aliento, con los músculos tensos, los ojos vidriosos y en la lengua una extraña sensación pastosa.

Y entonces los vio.

Los seres que le habían estado atormentando desde hace tanto tiempo, esos demonios, esas criaturas de sus pesadillas, causantes de aquel frío abismal que le calaba hasta los huesos, estaban reunidas frente a él, haciendo un corro alrededor de una mesa, entonando a una sola voz, con monotonía, esas odiosas palabras que le habían robado el sueño: “Padre Nuestro que estás en los Cielos, Santificado sea Tu nombre”…”¡Bendice Señor esta casa, aleja de ella al espíritu que perturba a los que tienen aquí su hogar, llévatelo lejos a que pague sus culpas y deje en Paz a las personas que aquí moran! Amén.”

Su vista se nublo y una intensa sed de sangre se apoderó de todo su ser. ¿Conque querían echarlo de su hogar, de su refugio? Esta vez, era hora de actuar.

“Ya veremos”, susurró mientras avanzaba flotante y furioso hacia ellos, con una fina sonrisa en sus labios.

El resto fue rápido. ¡Esas criaturas eran tan frágiles! Un poco de fuerza aquí, un movimiento certero acá, y sus cuellos se rompían como delicadas ramas. Algunos —la mayoría— sólo gritaron, otros intentaron huir… los demás no tuvieron tiempo ni siquiera de intentarlo. Sencillamente eran demasiado torpes para entender lo que estaba pasando.

Un montón de cuerpos apilados eran los mudos testigos de la masacre.

¡Ah, qué bien se estaba! ¡Cuánta tranquilidad! Ya no había miedo, no más sombras amenazadoras en las paredes, ni ruidos que perturbaran su descanso. El frío también se había marchado. Ahora sólo le quedaba una intensa hambre…

“Me pregunto si…”, murmuró complacido, mientras arrancaba con ansiedad un trozo de carne.

“Sí. Aún disfruto el sabor de la carne humana”.

Y sonrió.

Todo había concluido. Al fin podía volver a descansar.

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